En las aldeas y pueblos de occidente de, así como en las zonas fronterizas del sur, muchas familias fueron sometidas a crueles y depravados actos de violencia por grupos paramilitares en la década de los ochenta. Era la cúspide de la “Guerra Fría” y, Centroamérica, el traspatio de los yanquis, la última esperanza de la dictadura soviética y cubana, era la moneda caprichosa en el metafísico juego de monopolio ideológico del siglo 20.
Por suerte para ambas potencias militares, pero para desgracia de los habitantes del país centroamericano, no había interferencia de parte de los gobiernos que éstos gobernaban. Es más, dichos gobiernos ayudaron a las fuerzas colosales, especialmente las yanquis, aunque a veces también a las soviéticas, a frenar el paso de la versión imbécil del comunismo y la interminable y voraz fauces capitalista que hasta entonces existió. No puedo decir mucho si hubo resistencia comunista aparte de frases obscenas hechas con aerosol y pintura para casas y marchas pusilánimes de estudiantes con versiones malentendidas de Lenin y Trotsky, pero lo que si sabemos es que éstas aficiones juveniles, en su afán de revolución, que era más bien un reclamo casi juvenil por derechos humanos, dignidad y ese tipo de cosas que a los gringos nunca les gusta escuchar de sus colonias, fueron los que sufrieron las más graves consecuencias.
Los gobernantes, siendo patrocinados por las élites comerciales, fueron poco a poco aislándose en sus mundos, creando una burbuja tan completa pero tan transparente, diáfana pero tan distinta, que solo en ciertos momentos traslapaba la realidad de los demás habitantes, aunque daba la apariencia de no existir más que de una manera socio-económica, es decir, teóricamente, estaban en el mismo género de existencia. ¡Qué mágico realista! Esta burbuja se podía ver, por ejemplo, en los cinemas, donde todo aparentaba realidad, aunque los blanquísimos, ultra limpios jóvenes con guardaespaldas, paseando un domingo de vacaciones de sus estudios en Vanderbilt o la Universidad de Loyola, nunca sabría lo que significa “Realidad” hasta, tal vez, el momento en que esta, en la forma de el fallecimiento prematuro de un ser querido, o la forma de un automóvil aplastando su esqueleto en media calle del Cuarto Francés de Nueva Orleans, comprendería apenas que tal entidad tenía semejante masa. El traslape,quizás, sucedía solamente al apagarse las luces y todos, de alguna manera, eran una sola conciencia viendo porquerías carísimas fabricadas en Hollywood, California. Al salir, no obstante, aquellos que tenían que utilizar los taxis, se distinguían de sobremanera de los que eran guiados a sus enormes camiones por sus guardaespaldas, notorios por sus pistolas en la cintura y su tez mucho más oscura que de sus empleadores.
La llamada Guerra Fría sucedió aquí sin pena ni gloria, para el momento en que nací era más que una fábula, un par de cuentos en la pseudo historia del país. Aunque existen países donde pasó con atención y diligentemente trazado por escritores, historiadores, periodistas y demás, en Hoyo, por alguna razón, es decir, por muchas razones de incompetencia y maldad, esto no sucedió. El único libro es una novela que pretende ser reportaje, aunque lastimosamente carece de mucha evidencia. “La noche de los alacranes” fue un símbolo de resistencia, literatura requerida en partes izquierdistas de la nación, hasta un momento en la universidad era parte de un curriculum, hasta que la gente, aparentemente aburrida, cesó de darle más atención. Es difícil encontrar un ejemplar estos días sobre un libro publicado 25 años atrás. Internacionalmente, Hoyo solo tiene un para de referencias oblicuas, sobre todo como mención a los militares yanki.
La historia del Hoyo, por cierto, está llena de estos vacíos. En comparación con los libros de historia yanqui que se enseñan en las escuelas privadas y bilingües, los libros de Historia de Hoyo parecen más bien pasquines; panfletos escuálidos con pocos detalles y tipografía barata que relatan cuentos para niños, con pocos, si algunos detalles y referencias bibliográficas inexistentes. Hay pocos eventos en el país que son históricamente comprobados. La existencia misma de su historia es poco más que un rumor y fervor de tener una identidad.
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Decidí entonces acceder a los términos como cinematógrafo del reality que iba a tomar lugar en Honduras, en pleno siglo 21, lejos de las ideologías europeas que formaron nuestro pensamiento americano en el siglo anterior. Es decir, quería de alguna manera ver, si bien es cierto a través de un lente, la idea de un pasado cruel, de cuerpos mutilados y de vidas destrozadas por personas que simplemente obedecían ordenes, y por gentes que daban esas órdenes a cambio de unas vacaciones en Miami o un Cadillac nuevo, y lo que esto me podía explicar de mi propia crisis como un ser humano; es decir, alguien al quien se le robo el tan básico, pero escaso derecho de tener una nacionalidad, de pertenecer a un estado.
La idea del reality era simple: hacer entrevistas con las víctimas o las familias de éstas y tratar de re-crear los eventos de la manera mas fidedigna posible. Esto es para luego editarla y maquillarla de la manera más melodramática posible, con un narrador (o narradora, dependiendo de la sensibilidad de nuestros televidentes) de voz soprano, cautivadora, pero al mismo tiempo que nos hiciera recordar una especie de suspiro acerca de las maldades de las cuales el ser humano es capaz de hacer. En su dado momento, esta era en realidad la base cruel del entretenimiento, someter a las víctimas y a sus familias a la misma experiencia para ver como se sentirían en estos momentos si los eventos fueran a pasar de nuevo, o si pasaran como si fuera la primera vez. La propuesta era obscena, pero tenía una perversidad que podía pasar por entretenimiento de alta calidad, lo cual, con tal de que no fuese pornografía, podía ser vistos por niños y adultos a las 19.00 todos los miércoles.
Según el papa:
WASHINGTON—Admitting the startling discovery had compelled him to reexamine his long-held beliefs, His Holiness Pope Francis announced Tuesday that he had reversed his critical stance toward capitalism after seeing the immense variety of Oreos available in the United States. “Oh, my goodness, look at all these! Golden Oreos, Cookie Dough Oreos, Mega Stuf Oreos, Birthday Cake Oreos—perhaps the system of free enterprise is not as terrible as I once feared,” said the visibly awed bishop of Rome while visiting a Washington, D.C. supermarket, adding that the sheer diversity of flavors, various colors and quantities of creme filling, and presence or absence of an outer fudge layer had led to a profound philosophical shift in his feelings toward the global economy and opened his eyes to the remarkable capabilities of the free market. “Only a truly exceptional and powerful economic system would be capable of producing so many limited-edition and holiday-themed flavors of a single cookie brand, such as these extraordinary Key Lime Pie Oreos and Candy Corn Oreos. This is not a force of global impoverishment at all, but one of endless enrichment.” At press time, the pontiff had reportedly withdrawn his acceptance of capitalism, calling any system that would unleash a Roadhouse Chili Monster Slim Jim on the public “an unholy abomination.